Ni a los hinchas de River ni a los de Boca, el final escandaloso del partido puede sacarlos de su micromundo. Uno seguirá festejando el triunfo superclásico y el otro, lamentando la derrota, quejándose del penal (estuvo bien cobrado aunque haya sido finito). Pero el final escandaloso para el partido más esperado y atractivo del fútbol argentino no puede quedar sólo en la anécdota.
Ninguna provocación exime de responsabilidad. Podrán servir para ser comprendidas, pero no para justificarlas. Si para el plantel y el cuerpo técnico de River, que Figal se haya referido como “gallinero” a la cancha de River alcanza para que Palavecino hiciera lo que hizo o para que Demichelis se sintiera tan ofendido en la conferencia de prensa, están confundidos. Pudo haber sido innecesaria y despectiva su forma de declarar, pero pasaron cinco días y la contestación no fue una reacción impulsiva, de esas por calentura.
Palavecino hizo todo mal. Sobró y provocó, incluso lo siguió haciendo cuando Romero ya se lo había reclamado. Ahora bien, el descontrol posterior tampoco se justifica. Vázquez, que también le había pifiado al salir de la cancha cargando a los hinchas de River, no puede descontrolarse así. Ni Merentiel. Ni De la Cruz. Ni Centurión. Ni Equi… Rojo tampoco debe engancharse con los plateístas.
River Plate – 8-5-2023
La provocación de Palavecino
El cambio de Herrera del primero al segundo tiempo tampoco ayudó. Su enfoque castrillista al cuadrado en el inicio le jugó como un boomerang porque si en el complemento hubiera continuado, las rojas llegaban antes. Y se fueron cargando todos. Con más o menos razón, todos se sentían perjudicados.
En definitiva, el caos del final no tiene que ver con la tensión, la actitud y la temperatura que deben tener los clásicos. Un cierre grotesco, de todos contra todos, da un poco de vergüencita ajena. Por más que haya vencedores y vencidos.